Cogidos de la mano no necesitaban hablar, ni tan siquiera mirarse. Sus corazones latían a un mismo ritmo, al ritmo de la libertad.
El saber que ya nunca jamás tendrían que dar explicaciones, que no se tendrían que esconder, el hecho de que ya podrían ser felices sin el miedo de ser descubiertos.
Que difícil es correr a contracorriente.
Que difícil es correr contra la cabeza cuando es el corazón quien dirige.
Que difícil es no escuchar a tus pensamientos cuando es el alma quien habla.
A veces nos asustamos de lo más simple y evitamos reconocer la verdad, y la verdad en ese momento eran ellos, no había verdad más cierta que su amor.
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